Su día de carretillero empieza a las siete de la mañana. Trasladando de un lado a otro víveres, productos de limpieza, ropa, telares y todo cuanto pueda trasportar al destino determinado según lo acordado con el cliente. Trajina por los alrededores del Mercado Central o Mesa Redonda. Jirones Cusco, Ayacucho, Puno y Andahuaylas. Su día termina a las siete de la noche.
Empezó hace tres meses en este oficio. Anteriormente laboraba en una empresa de plásticos hasta que hubo reducción de personal y se quedó sin “chamba” como él dice. Su suerte cambió cuando su amigo Freddy le comenta que él es joven y puede laborar como cargador.
"Nuevito", así lo llaman los amigos del clan de carretilleros del centro de Lima a Herbert Guevara S., quién alquila a diario una carretilla y le cuesta dos soles. Herramienta de trabajo fundamental para cargar de todo y para todos. Vive en el distrito de San Martín de Porres, junto con la madre de su pequeña hija Heida Danitza, quien es la luz de sus ojos y por quien se rompe el lomo todos los días para llevarle el alimento necesario y crezca sana y fuerte.
Herbert, tiene veinte tres años, pero su aspecto refleja unos siete años más. Lleva puesto una bermuda y zapatillas color café, un polo marrón de manga corta y un gorrito negro, el cual protege su cabeza en tiempos de frío o calor.
Al acercarme a él, volteó repentinamente y fijó su mirada en mí con sus enormes ojos redondos y almendrados, sus labios secos y algo cuarteados parecía que pedían agua a gritos como si estuviese muriendo de sed en el desierto. Unas manos ásperas que hablaban de la dureza de su labor y el rostro marchito que transmite una vida sin esperanza. Aún con un semblante agotador, me regaló una sonrisa y una mirada tierna. Nos pusimos a charlar.
Un día muy productivo para mi amigo Herbert –lo sentí así- es cuando gana treinta soles, pero eso se da muy pocas veces porque hay mucha competencia de cargadores. El peor día es cuando saca ocho soles, dos se va en el pago de la carretilla y lo demás para el desayuno del día siguiente. Para el almuerzo recurre a un vecino que vive al lado de su casa, el cual tiene una tienda y le pide fiado productos comestibles que lo va pagando poco a poco. Un día promedio es cuando gana de quince a veinte soles.
Dentro de las horas de jornada, hay ciertos pleitos con otros carretilleros en aras de ganarse a la clientela y además, algunos están confabulados con el Serenazgo del municipio limeño. El fin es botarlos de los lugares estratégicos donde se pueda capturar más trabajo. “Lo único bueno de ser carretillero –me dice- es que eres independiente, no hay un jefe quien te mande, de uno mismo sale el esfuerzo y la habilidad para obtener más clientes”. Luego nos interrumpe un gordito de estatura baja, con pantalón jean y zapatos de vestir muy desgastados. Se acercó a Herbert y le dijo “coleguita mañana hay una chambita en 28 de Julio, buena carga, sacaremos bien”. Mi amigo quedó complacido.
Ruth lo espera ansiosa en casa con una comida fresca y caliente. Él la quiere mucho, y aunque ella es mayor por dos años, es joven también y se llevan de maravillas. Es cariñosa y atenta. Eso hace que las fuerzas perdidas en su que hacer diario de Herbert, las recupere para retornar con ahínco al día siguiente. Su mirada se pierde en el vacío y agrega que es una gran esposa y compañera, una de lujo.
En estos tres meses que lleva como carretillero, ya sintió algunas veces la queja de sus riñones. En este caso, ha tenido que recurrir a una posta médica y descansar unos días. Ruth toma su lugar para dar sustento económico al hogar y busca lavar ropa de terceros.
El entablar un diálogo con nuevito, fue particular, sentía haberlo conocido desde hace tiempo, su amabilidad y trato amiguero me conllevó a contarle parte de mí y mientras lo hacía, me acompañó a una panadería. Una empanada, un pedazo de pastel y un refresco, fue mi reciprocidad al haber compartido su historia conmigo.
Luego del pequeño refrigerio, palabras de gratitud brotaron de sus labios ya humectados por un pequeño aliento de vida. Era la hora de retornar a esos jirones, al destino de los “carga todo” y junto a la carretilla, su compañera imprescindible, seguramente le aguardaba alguna carga que llevar.
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