Es el pan de cada día ver a cada personaje que sube en el ómnibus a declarar su perruna vida y que su deseo más grande es reincorporarse a la sociedad y empezar una vida como si fuese un recién nacido.
Unos dicen que salieron de la cárcel recientemente y que necesitan algunas moneditas para comer o comprar una bolsa de caramelos y empezar a trabajar, y la verdad que en ese asunto están meses y años, hasta ya se vuelven conocidos. Otros aducen que tienen SIDA, Sífilis o TBC. Hay de los que hasta enseñan recetas médicas expedidas por el área de Salud y los más descarados sólo te extienden la mano; sencillamente no muestran nada. Lo peor y más tenso para el pasajero es cuando uno de éstos pide apoyo con jeringa en mano y pobre de aquel que no colabore simplemente puede ser contagiado con un pinchazo, y quién sabe si sea cierto o no, pero lo concreto es que uno está obligado a sacar del bolsillo ciertos “sencillitos”, pues el temor nos invade. Pero eso no es todo. También hay de esas supuestas madres que suben con niño en brazos y sueltan el rollo de una vida amarga y llena de sufrimientos sin fin. Sin embargo, estos niños son alquilados a dos soles por otras madres que tienen tres o cuatros hijos y que también de ambulan; quizás lo más creíble es cuando venden algún producto. Y hay de aquellos que dejaron el vicio y ofrecen estampitas de diversos tipos para darle solvencia a la institución que aparentemente pertenecen porque los han amparado cuando ya eran escoria en este mundo. Tampoco faltan los que suben a predicar la palabra de Dios con un fanatismo tal que creen que con sus mensajes salvarán al mundo y no se dan cuenta que el fondo es un problema de conciencia política y social, sobre todo de gobierno. Asimismo, no se quedan atrás los chistosos que se te prenden y observan algún defecto físico o alguna actitud que les demuestra indiferencia para crearte sátira ante los demás. Inclusive algunos sueltan un lenguaje lleno de lisuras y vulgaridades que creen que con decir un carajo o mierda es para morir de risa. Los infaltables músicos y cantantes, que si bien es cierto muchos cultivan nuestro folclore y otros absorbidos por lo extranjero, nuestros oídos finalmente quedan lacerados con tanta desafinación. Ni hablar de los ambulantes, suben cada cinco o diez minutos a vender golosinas, bebidas, canchitas, adornos, alhajas, llaveros, recetarios de cocina y naturistas, y así diversas chucherías con diferentes o similares explicaciones.
Lamentablemente es nuestra realidad. Situación que se vive a diario. Es parte de nuestra idiosincrasia. De una sociedad degrada en valores y abandonada por sus autoridades. Tenemos que tolerar lo intolerable.
Subir a un bus, es introducirte a un circo o una feria de mercachifles, muchos de ellos insensatos, astutos y frescos. Tu viaje hasta el destino de bajada resulta tedioso e insoportable, lleno de dudas y desconfianza. Pero ¿Cómo saber quien dice la verdad? ¿Cuál es tu punto de credibilidad de cada testimonio? Tus monedas se vuelven insuficientes para tantos, tantos y tantos…
te imaginas suber al bus en plena avenida abancay, con todo el smog que se respira y esos vendedores de caramelos por todos lados, sin faltar a esos carteristas que te jalan el bolso o te meten la mano a bolsillo sin pedir permiso, buen dato soria, a ver si pones una fotito pues, saludos QDTB
ResponderEliminarNo me imagino, lo vivo día a día. Mi centro de trabajo queda en plena Av. Abancay. También veo robos constantemente.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.